Sólo la inagotable pasión futbolera argentina puede explicar un estadio repleto, con clima y sonido de final y un partido intenso con una temperatura que a la hora del pitazo inicial llegaba a los 37 grados y medio. Era una tarde para la playa, la pileta o el aire acondicionado en el mejor de los casos. Pero el amor a los colores y a la pelota justificó el sacrificio. Cuarenta y cinco mil hinchas de San Lorenzo y veintidós jugadores dejaron de lado su zona de confort y protagonizaron un espectáculo que, con sus más y sus menos, sobrepuso al infierno.